EL MITO DE PERSÉFONE
Perséfone, hija de Zeus y Deméter, era una linda muchacha. Hades la vio, se enamoró de ella y decidió que la quería como esposa, aunque fuese por la fuerza.
Su madre partió un día a Sicilia. En su ausencia, mientras Perséfone se divertía en el campo, Hades llegó en su carro, la raptó y se la llevó consigo a los Infiernos. En vano, Perséfone suplicó a Hades que la devolviera a la tierra. Por muy reina de los Infiernos que Hades quisiera hacerla, le aterraba pasar su vida en un mundo tan oscuro y triste como aquél.
Pasado un tiempo, su ira se fue suavizando y, reina ya del mundo de ultratumba, comenzó a amar a su raptor y marido.
Entretanto, su madre, al regresar de Sicilia y no encontrar a su hija, se llenó de tristeza y se alzó a los caminos a buscarla. En su largo peregrinar, recorrió el orbe completo, y se dice que fue entonces cuando transmitió a los mortales el arte de la agricultura. Finalmente, el gran ojo del mundo, el Sol ( que todo lo ve), le dijo dónde estaba Perséfone.
Deméter, entoncés, suplicó a Zeus que le devolviera a su hija, éste, en cambio, tomó una decisión sabia: "seis meses estará contigo, pero los otros seis permanecerá con Hades, que al fin y al cabo es su marido". Por ello, cuando está junto a su hija, Deméter está llena de felicidad y la tierra se llena de flores y de frutos. Mas cuando Perséfone regresa a los Infiernos, su madre se queda triste, los campos ya no dan flores y la nostalgia se apodera de la naturaleza.
FILEMÓN Y BAUCIS
Sin dar a conocer su identidad, Zeus y Hermes viajaban por la región de Frigia (en Asia) y, para poner a prueba a los mortales, pedían que se les dejara pasar la noche en alguna casa. Pero en todos los sitios eran rechazados y les daban con las puertas en las narices.
Sólo en una casa se ofrecieron a ayudarles. En ella vivían dos ancianos, Filemón y Baucis, gente humilde que soportaba con resignación su pobreza.
Baucis preparó una cena para aquellos viajeros, y una vez lista, les invitó a que saciaran su hambre. Pero a lo largo de la cena sucedió algo extraño: la crátera que contenía vina siempre estaba llena, por mucho vino que sacaran de ella.
Finalmente Zeus y Hermes se dieron a conocer: "Somos dioses y toda esta región va a ser castigada por no haber respetado la sagrada hospitalidad. Vosotros, en cambio, viviréis. Vayamos al monte pues quiero que presenciéis lo que tengo pensado hacer".
Una vez allí, Filemón y Baucis contemplaron cómo toda la región, excepto su pobre choza, era tragada por las aguas. Y mientras miran, su pobre morada es transformada en un hermoso templo. "¿ Qué queréis?"- dijo Zeus-. "Pedid y se os dará." Mas los ancianos solo dijeron: " Concédenos ser los guardianes de tu templo y morir los dos el mismo día, para no pasar el dolor de enterrar a la persona con la que tantos años hemos vivido en concordia."
Pasados unos años, un día estaban Filemón y Baucis a las puertas del templo, sus cuerpos se transformaron dulcemente en árboles, y todavía hoy los nativos de aquella zona enseñan dos troncos vecinos que amorosamente se arriman.
ATENEA Y ARACNE
Se dice que en el reinado de Lidia, en Asia, vivía una mujer llamada Aracne que hilaba tan bian que solía repetir sin recatarse: "Mis trabajos son tan perfectos que superan los vestidos que Atenea confecciona para los propios dioses."
Un día, una anciana que la escuchó se atrevió a aconsejarle:" Joven Aracne, nunca menosprecies a nadie, y menos a los dioses." Pero Aracne, irritada, replicó:" Cállate, vieja, y reserva tus consejos para ti. Bien sabe Atenea que nunca prodría competir conmigo."
De pronto todo quedó envuelto en un gran resplandor y la falsa anciana reveló su auténtica identidad: era Atenea en persona la que allí estaba, y ahora era ella la que retaba a Aracne. "Veamos- dijo la diosa- si tu habilidad supera tu lengua."
Comenzó la competición, y tanto la diosa como la mortal manejaron los hilos con precisión y destreza. La diosa tejió con singular maestría la Acrópolis de Atenas y a los doce dioses mientras deliberaban quién debía de ser la divinidad protectora de la ciudad, si Poseidón o Atenea. La escena estaba encuadrada por ramas de olivo, el árbol sagrado de Atenea; y en cada rincón del tapiz podía contemplarse cómo recibían su castigo diversos personajes que habían ofendido a los dioses.
Aracne, por su parte, hiló un tapiz a los dioses, Zeus incluido, en sus facetas más mezquinas y entregados a actos de lujuria y desenfreno. La obra era perfecta, pero parecía surgida de un odio muy profundo. Atenea rasgó aquellos bordados y empezó a golpear en la frente a la infeliz Aracne, que para huir de la furia de la diosa de ató la garganta con un lazo. Atenea la sostuvo y evito que muriera, pero mientras le decía "Vive, pero vive siempre así, colgada y trabajando", la transformó en una araña. Desde entonces vive colgada de sus hilos, tejiendo sin amor unas telillas con las que conseguir su sustento.
ENEAS Y LA REINA DIDO
Tras la guerra de Troya, Eneas abandonó la ciudad y se retiró con los suyos al monte Ida.Se dice que la diosa Afrodita, madre de Eneas, se presentó ante él y le dijo:"Huye de la ciudad, pues los dioses han decretado la destrucción de Troya. Coge a tu familia y a los supervivientes y vete. Pero te anuncio que en otro lugar del mundo ya ha de nacer una nueva Troya más grande y poderosa que la que ahora muere. Marcha y busca otras tierras."
Él mismo cargó a su padre sobre sus hombros y a su hijo de la mano durante esa noche de terror, pero su esposa no sobreviviría. Refugiados en las alturas, los troyanos talaron los árboles y construyeron una flota y se dieron a la mar. Llegaron hasta Creta, allí Eneas vio en sueños a un dios que le decía "Buscad una tierra que algunos llaman Hesperia y otros Italia.; allí encontraréis el fin de vuestro sufrimiento."
Pero una tormenta les hizo refuegiarse en la costa más cercana. Una vez a salvo, Eneas saltó a tierra y se aventuró por aquellos parajes desconocidos, intentando buscar ayuda. Afrodita se le apareció de nuevo diciéndole:" Estás en África, cerca de una ciudad a la que llaman Cartago y que gobierna la reina Dido. Ve a ella que yo te allanaré el camino."
Eneas se acercó con sigilo y comtempló la gran ciudad, allí estaba Dido. Eneas se dirigió a la reina, le contó quienes eran en realidad y y cómo necesitaban ayuda para seguir con su viaja hacia Italia. Dido prometió ayudarles y les invitó a su palacio para que pudieran descansar mejor. Esa noche, durante la cena, Dido pidió a Eneas que relatara a los presentes las desgracias que habían sufrido los troyanos . Eneas accedió, y a medida que avazaba su relato, en el corazón de la reina comenzaba a brotar una extraña llama. Esa noche Dido no pudo dormir, el rostro de Eneas venía una y otra vez a su mente. Por la mañana confesó a su hermana los sentimientos que tenía hacia Eneas. Ésta la aconsejó que se uniera a él.
Como la atracción resultó mutua, Dido y Eneas vivieron un apasionado romance, olvidando ella sus deberes de reina y él de su meta.
Zeus envió a Hermes para que recordara a Eneas cuál era su auténtico destino: ser el padre de una nueva Troya. Eneas no se atrevió a contrariar a los dioses y, sabiendo que destrozaría el corazón de Dido, preparó en secreto su marcha.
Enterada de los preparativos, Dido se dirigió a Eneas con duras palabras:"Creiste, pérfido, que te irías de aquí sin que yo me enterara? ¿Es que yo, que te ayudé y me entregué a ti, nada te importo? En verdad que tu corazón es de piedra."
Eneas, que escuchaba aquellos reporches sin levantar la vista del suelo, solo respondió:" No busco Italia por voluntad. Sol los dioses, reina, los que así lo han decidido, y yo debo obedecer."
Para desesperación de aquella infeliz, los troyanos prosiguieron sus preparativos y un día se dieron a la mar en sus ligeros navíos.
Dido preparó una pira funeraria, se tumbó en ella y clavó una daga en su pecho. ni sus súbditos ni su querida hermana pudieron hacer nada por ella, salvo llorar desesperados su triste suerte mientras juraban odio eterno a Eneas a sus descendientes.
Desde el horizonte, mientras contemplaba por última vez los muros de Cartago, Eneas creyó ver a lo lejos el humo de una fogata, aunque nunca llegaría a saber que lo que allí ardía era el cuerpo de la reina Dido, a la que él había amado tanto.